Revelación y ocultación en el lenguaje

Día tras día, consciente e inconscientemente, el hombre disemina al viento infinidad de palabras con sus diversas significaciones; pocos saben o captan el significado de tales palabras en el momento de su culminación. Muchas de ellas sólo llegan al mundo después de difícil y prolongada gestación durante generaciones. Otras destellan como súbitos relámpagos que iluminan el mundo entero. Muchas fueron senderos recorridos por seres vivientes que dejaron tras sí su sombra y esencia. Palabras que sirvieron de receptáculo de delicados y profundos pensamientos y exaltadas emociones. Algunas se asemejaban a las altísimas montañas del Señor y otras eran un profundo abismo. A veces, la esencia vital de un profundo sistema filosófico, su inmortalidad, estuvieron ocultos en una palabra. Las hubo que vencieron a países en su tiempo, derrocaron reyes de sus tronos y estremecieron los cimientos del cielo y la tierra. Pero llegó el día en que las mismas, después de violenta caída, fueron desechadas y ahora son despreciadas como el césped que pisamos. ¡Es extraño esto! Las leyes de la naturaleza no deben ser puestas en duda. Así es el mundo: las palabras llegan hasta la culminación y al caer se tornan profanas. Lo esencial es que el lenguaje no tiene palabras tan ligeras que su nacimiento no sea un momento de poderosa y aterradora autorrevelación, una sublime victoria espiritual. Así, por ejemplo, sucedió con el primer hombre cuando sobrecogido por el trueno (“la voz del Señor está en el poder, la voz del Señor está en la gloria”) vencido por la sorpresa y dominado por el terror, cayó de rodillas ante la divinidad. Entonces, una serie de salvaje sonido pasó entre sus labios –supongamos, imitando a la naturaleza- como el rugir de una fiera, un sonido parecido al “r…r” que expresa el trueno en muchos idiomas. ¡No liberó su alma confusa este grito salvaje! ¡Se revelaba en este eco de un espíritu estremecido hasta lo más intimo una medida menor del poder, el temor y la exultación de victoria creadora, que en las “felices frases” sobre temas exaltados expresados por los grandes profetas en momentos de elevación espiritual! Esta magra silaba, la semilla de la futura palabra, no abarcaba todo un volumen de emociones primitivas, poderosas en su novedad y vigorosas en su salvajismo, similares al terror el temor, el asombro, la sumisión, la sorpresa, la preparación APRA la autodefensa, etc. Si es verdad, ¡No fue el primer hombre en ese momento un artista, un sublime profeta el creador intuitivo de una expresión –muy fiel PARA el, de todas maneras- con tendencia a una profunda y complicada perturbación interior! Como comentó un pensador, ¡Cuanta profunda filosofía, de divina revelación había en la palabra “YO”, que balbuceó el primer hombre!

En este ensayo Jaim Najman Bialik (1873-1934) el poeta por excelencia del renacimiento hebreo, trata un problema que adquirió singular importancia no solo en la literatura sino también en la cultura moderna. Se refiere a la función del arte. El objeto del arte es “transmitir” el complejo emotivo y mental de un autor! O es el arte una desinteresa exposición de la verdad estética! ¡El arte tiene por fin “representar” la calidad! ¡O es que esencialmente no es representativo, “no es objetivo”! ¡Es ante todo el formato, la diversión, o simplemente una función natural de la psicología humana! ¿Cual es la relación del contenido y la función del arte con la forma?

Tenga o no el arte algunos o todos estos propósitos, sea necesaria o fortuita la relación de la función y el contenido con la forma, la investigación de estos temas implica especificación fundamentales de los puntos de vista del mundo de la naturaleza del hombre, de la metafísica.

El pensamiento explicito de Bialik afirma que el lenguaje del arte es una ocultación de la realidad mas que una revelación de la misma. El lenguaje es la barrera que erige el hombre para “alejarse” del “vacío”, de la duda metafísica, de la “nada”. Paradójicamente, el hombre intenta constantemente y en vano “abrir” la realidad “cerrada”, alcanzar el nivel de las barreras del lenguaje que el mismo construyó como autoprotección. Las variaciones del lenguaje reflejan el esfuerzo perpetuo. Porque los “sistemas” lingüísticos demuestran una y otra vez ser insuficientes, no para comunicar, representar u objetar, sino para ocultar y deformar la intolerable realidad. Bialik concluye con una brillante exhortación a las “canciones lagrimas y carcajadas”, la triada que “comienza donde terminan las palabras” y “que abre en vez de cerrar”.

Era inevitable que Bialik escribiese sobre la función de la literatura expresada en la mitología y tradición judaicas, especialmente la Cábala. Pero es original lo que hizo de las fuentes clásicas.

Desde el mito de la creación en el libro de Génesis, a través del agnosticismo medieval hasta el positivismo del siglo XIX, hace una reseña totalmente suya y sorprendentemente contemporánea.

La dialéctica de Bialik es la del talmudista, tan profunda como ingeniosa. “La respuesta expresa a una pregunta no es en realidad sino otra versión de la misma pregunta” y, en consecuencia, un alejarse del hombre d e la realidad. Sus conclusiones son audaces e inflexibles. Como el lenguaje, la fe es otro alejamiento necesario.

“Moisés hizo bien en ocultar el rostro”.

Pero el lenguaje revela y oculta a la vez aquello que oculta el lenguaje de las palabras, será revelado por el de “canciones lagrimas y carcajadas”

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