Jaime Bialik, el multiforme en su creación poética

(En el 13° aniversario del deceso del gran poeta y maestro)

Por: José Mendelson

PINTORES famosos que hicieron el retrato de Bialik, solían referirse a las enormes dificultades que encontraban al tratar de fijar sobre la tela la expresión de su rostro y de sus ojos. Una extraña mutación se producía en ellos, una infinita gama de matices, una serie de cambios en los tonos y subtonos; múltiples arrugas, superficiales y profundas, aparecían y desaparecían, en forma tal que era difícil para el pincel apresar todo eso para fijarlo sobre la tela.

Pero no residía en eso solamente la verdadera dificultad a la cual se refieren los artistas que trataron de pintarlo, sino que el hecho de que todos esos cambios y matices, finísimos, sutiles y tiernos, en la profundidad de su mirada y en su rostro expresivo, en la comisura de sus labios y en la amplitud genial de su frente, surcada prematuramente por arrugas, no permanecían ni un instante inmóviles, sino que se sucedían continuamente, transformándose sin cesar. Matices: desde una plácida tranquilidad hasta un enojo tormentoso; desde un suave azul, como la pureza cristalina de un lago que dormita en medio de un bosque, mecido por la sombra de poderosas encinas –ese lago de su inmortal poema “Habrejá” [1]- hasta su sombría ira y la potente tormentosidad de su abismo “Abadón” [2] del que surgen, como negras olas de pez hirviente, los poemas del odio y de la ira.

Ni un instante, ni un minuto el mismo; un eterno juego de matices cambiantes, una permanente metamorfosis de expresiones; de una radiante luminosidad a una obscura nubosidad. Eso era su rostro.

En eso consistía la tremenda e invencible dificultad que su rostro y sus ojos oponían al pintor que pretendiera fijar sobre la tela no solamente su aspecto exterior, sino también la expresión de su espíritu creador, tal como se reflejaba en su mirada y en la luz y en las sombras de sus facciones. Y eso explica, también, el extraño hecho de que los diversos retratos de Bialik, debidos a famosos pintores, sean tan distintos, tan diferentes entre sí en la interpretación de su carácter y de su alma creadora.

Y las mismas dificultades encuentran aquellos críticos y ensayistas que desean compenetrarse de la poesía de Bialik, apresar todos sus matices, saturarse del colorido de su poética, para poder, a través de esa pluralidad, alcanzar la unidad fundamental de Bialik, en toda su integridad, y llegar, por el camino de lo que es heterogéneo y a veces contradictorio en su obras, hasta la raíz única por la cual y a través de la cual mana la savia que nutre el tronco y el abundante ramaje de ese árbol magnífico que es la obra, en prosa y en verso, de Bialik.

Es una tarea difícil, tremenda, encontrar ese “común denominador” en la obra de Bialik, tan compleja, tan abigarrada. Puesto que Bialik fue al mismo tiempo el más plácido y el más tormentoso poeta judío; el silenciosamente azulado y el tormentosamente oscuro; el más suave de los bendecidores y el más duro de los apostrofadores; el más lírico y el más épico. El más individualista y el más colectivo, con la expresión de su musa. El poeta nacional y universal. Es el poeta que cantó el canto más sublime y sonoro al rancio Bet Midrash [3], a la vetusta Torá, a nuestros perennes valores; y es él el poeta que exhaló la congoja más aguda por las juveniles existencias que se tronchan y marchitan antes los amarillentos folios de la Guemará [4], en las Yeschivot [5]. Sinagogas, polvorientas, semioscuras y casi despobladas.

Bialik fue el más luminoso de nuestros poetas, el más sediento de luz. Tal que “ni siete soles, suspendidos para mí en el firmamento, conseguirían saciar mi alma, sedienta de luz”. Y al mismo tiempo es el más oscuro, el más irascible, flagelante, el más tormentoso. Fue el poeta que más ensalzó los tesoros de nuestra cultura de antaño, de las viejas costumbres judaicas, y al mismo tiempo fue él quien cantó la vida popular judía de ahora, en tiernas y luminosas canciones populares y en relatos de una belleza incomparable describió el villorrio judío de su tiempo, las costumbres de su pueblo, sus esperanzas y aspiraciones.

[1] “El lago”. El estanque.

[2] Nombre alegórico y poético del Infierno. De la palabra “abad”, perecer.

[3] Sinagoga destinada al estudio de la Torá.

[4] Talmud.

[5] Academias de enseñanza talmúdica.

II

Ningún poeta judío demostró hasta ahora una tal riqueza de colores, una rapsodia de motivos, un tan grande cambio de matices, como Jaim Najman Bialik, cuya poesía atraviesa una multitud de contrastes, desde rayos de luz a lágrimas perladas, desde lo soleado a lo sombrío, desde la vida de antaño hasta las aspiraciones más actuales, desde el majestuoso aristocracismo hasta casi un populismo plebeyo, desde el lirismo más tierno y hondo, hasta el poema más épico.

Y, cosa rara, Bialik nunca utilizó, para sus poesías, ningún motivo histórico, casi ningún episodio de nuestro pasado heroico, de nuestro perenne martirologio, a pesar de haber retoñado de la raíz más antigua de nuestra cultura. Y, cosa rara, no tradujo ni marchó por la senda de los grandes poetas europeos. Y, sin embargo, posee tanta abundancia de colores, matices, sonoridades y un despliegue tan movido de paisajes y contrastes.

Casi en la misma época en que él produjo su inmortal poema “En la ciudad de la matanza”, Bialik escribió ese luminoso poema “Con el sol”. Y el tránsito del sol a la tormenta, del día a la noche, de la suave placidez de la poesía profética, era en él casi instantánea; exactamente como sucedía con los cambios en la expresión de su rostro, que los artistas diseñaron.

La misma dificultad que los retratistas de Bialik solían tener cuando pretendían fijar la expresión de su rostro en la tela, tienen los escritores y ensayistas que se proponen encontrar la expresión única capaz de definir a Bialik, el poeta de múltiples matices. Es el más plurifacético de nuestros poetas, dentro de la aparente unidad de su poesía. Está en constante metamorfosis, en permanente transición. Es el más dinámico en nuestra poesía, y por eso es tan difícil captar y fijar lo estático de su canto.

Y de allí que resultara que cada uno de los que han escrito sobre Bialik lo viera tan distinto de los demás. Y sucede así que tengamos como una cantidad de Bialiks completamente diferentes entre sí. Y si nos fuéramos a confiar en los ensayistas, resultaría que cada uno de ellos es su Bialik auténtico, el verdadero, todo Bialik.

Y así sucedió entre nosotros que Bialik es:

Para uno el poeta de la pena individual; para otro, el poeta de la congoja colectiva y nacional, por contraste con lo individual; para un tercero, es el poeta del sol, la luz y la sonrisa; para un cuarto, es el poeta de la lágrima; para un quinto, es el poeta-profeta; otro ve en él la rapsoda de Bet Hamidrasch y de la Yeschiva y de los viejos infolios, lo cual significa decir cantor de la antigua manera de vivir; y así lo van viendo otros: uno, como el más moderno de los modernos, casi poeta de la pena y de la cólera, el más terrible flagelador de su propio pueblo; para otro es el poeta que canta nuestro Renacimiento nacional en Palestina, y solamente eso; para unos la poesía de Bialik es como un bálsamo consolador para el alma sufriente de su pueblo. Quien ve en él un lírico enternecido y quien un poeta épico, de amplios horizontes, de desiertos yermos, en los que tempestades de arena aúllan desenfrenadamente y héroes petrificados sueñan con fantasmas entre dunas infinitas. Y hay también ensayistas que han visto en Bialik al poeta de la vida cotidiana, cordial, simple y sincera.

III

¿Significa esto, acaso, que los críticos se hayan equivocado al interpretar la poesía de Bialik? No. Eso significa que cada uno de ellos ha visto en Bialik solamente en un momento de su manifestación poética: un solo tono de su luz. Significa que la imagen siempre cambiante de la poética de Bialik fue observada por los retratistas de su poesía en momentos distintos, y que cada uno de ellos creyó ver solamente aquella actitud que él tuvo en ese preciso instante. Y por consiguiente, cada uno de ellos, mirando solamente un matiz, creyó ver todo el cuadro.

Sucedía con los que escribían sobre Bialik los mismo que con los que trataban de pintarlo: a causa de los cambios instantáneos en su fisonomía –física y poética- era muy difícil captar los rasgos primordiales, los caracteres básicos, lo substancial en la expresión de su rostro –físico y poético- y una expresión momentánea era tomada como permanente. Bialik mismo tenía conciencia de ello, lo entendía cabalmente, y muy a menudo solía volver, en sus cantos y poemas, al tema de su melodía básica, de su oración única “que solo una vez en la vida podemos entonar”. Mejor dicho, que es entonada –y sólo ella- durante toda la vida. Tendía hacia una sola y única canción, pero la canto diversamente, en su unidad, toda su vida.

Y él mismo la buscaba, porque concebía la integridad y la unidad del núcleo de su poesía, bajo los cambios incesantes de los temas de sus canciones y poemas. Y muy a menudo lo poetizaba, esa en forma de una aspiración que le parecía inalcanzable, sea como una visión que anhelaba ver aunque fuera una vez más en la vida, ya que –tal como a él le parecía- no podía alcanzar tan acabadamente como quería.

Tales estados de espíritu aparecen en decenas de sus poemas. El poeta dice que “tiene sólo un canto en el corazón y sólo una oración en los labios”. Esto es, lo singular en la plural riqueza de sus matices.

Para poder alcanzar a Bialik en su totalidad, hay que analizar bien en detalle cada aspecto de la poesía de Bialik. Analizar la manera cómo lograba armonizar los contrastes; cómo los tan diferentes matices solían transformarse en su poesía, de una estancia y forma poética en otra. Solamente a través de un análisis tan trabajoso es posible, tal vez, extraer un Bialik total, uno solo en la multiplicidad de sus transformaciones. Bialik, el singular, no obstante su multiplicidad.

A la querida y venerable memoria de Salomón Resnick, amigo entrañable y eximio escritor, dedico con devoción este trabajo en el primer aniversario de su desaparición.

Es el primero de una serie de “Semblanzas de Grandes de Israel”, que el autor prometió a su extinto amigo en la víspera de su muerte, tan prematura y repentina, el 26 de julio de 1946, para publicar en las páginas de JUDAICA.

Buenos Aires, Julio de 1947

J. M.

Buenos Aires, Julio de 1947.

Publicación mensual “JUDAICA”

Fundador: Salomón Resnick

Buenos Aires , julio 1947

Nº 156