Don Quijote
MUCHOS libros escribió Cervantes, y en muchos de ellos descúbrase la fuerza creadora y el ingenio de su autor; pero solo uno, “Don Quijote”, logró hacerle famoso. ¿En qué reside su fuerza?.
El propio autor señala que en un comienzo escribió su libro sólo para “entretener y divertir el ánimo del lector” y también para “hacer objeto de burla y mofa los libros de caballería y amenguar así su influencia perniciosa”.
Y sin embargo, no hay persona razonable que haya leído el libro íntegramente y que no sienta que no sólo nos ha sido dado en “Don Quijote” un libro de entretenimiento o una parodia, sino también algo más, algo mucho más sublime y elevado de lo que el autor se había propuesto.
Ante todo, os subyuga el poder de concepción del autor, la amplitud de lo abarcado. Las dos partes del “Quijote” constituyen una grande y magnífica epopeya, en la cual Cervantes excavó hasta el fondo, con una maestría maravillosa, toda España, toda la vida del pueblo de aquella generación. Desfilan en ella ante vuestros ojos multitud de cuadros y hechos y retratos de los hombres y tipos diversos, individuales y colectivos, desde el pastor de cabras hasta el que ocupa un trono, desfilan ellos y sus costumbres, sus conversaciones y ocupaciones, su andar y su descansar, su inteligencia y sus pecados, sus trajes, sus comidas y sus fiestas, y más y más; nada se ha quitado de sus vidas.
En los capítulos y conversaciones vienen entretejidas, además de esto, muchas ideas sublimes y sabias palabras, fruto del pensamiento superior de aquella generación, especialmente numerosos proverbios y ejemplos de la naturaleza, fruto del espíritu del pueblo y de la experiencia de la vida; además, muchos recuerdos y sucesos de la propia vida de Cervantes, ligados también a la historia del país y a la vida de la comunidad, y muchas otras cosas más…
La aspiración de este material es, fuera de toda duda, hacer del libro un archivo, una “enciclopedia” nacional de España. Pero el alcance mundial del libro debe buscarse no en la influencia de su contenido, sino en su forma. El “Don Quijote” es, ante todo, una creación artística completa, fruto del espíritu creador y del artista genial, del poeta y visionario único en su género. Todo el libro, desde el comienzo hasta el final, está escrito con una gran sabiduría creadora y con una aptitud artística inigualable. El orden de su construcción, la maravillosa unión de la simplicidad en el relato –simplicidad primitiva- con la fuerza creadora, es completa y brillante.
La realidad del dibujo de los cuentos maravillosos y su contenido, la conversación que fluye llana y gozosa, el movimiento vital en los momentos de acción y la elevación del relato; el estilo pulido, y, sobre todo ello, el espíritu irónico, ese humor cervantino, propio sólo de él y su primer padre en la literatura mundial –todo ello se funde en un solo ropaje de belleza y perfección y coloca el libro a una altura superior, como creación artística única en su género, perla brillante del tesoro de las literatura de todos los pueblos.
Pero aún hay otro aspecto en el asunto; el aliento interior del libro, el pensamiento central, la idea, y ello lo elevó también por sobre todos los tiempos.
En los dos tipos centrales, los más acabados de la obra en Don Quijote, el héroe, y en Sancho Panza, su escudero, nos simboliza el autor, a sabiendas o no, dos mundos completos que fluyen el uno del otro, uno sale y el otro entra.
Aparentemente nos trae el autor estas creaciones sólo para jugar con ellas: acompañáis al “héroe” y su “escudero” en todas sus andanzas y acontecimientos maravillosos; veis del primero su locura, sus éxitos aparentes y sus derrotas verdaderas; la picardía ignorante, el miedo y la pasión del robo del segundo; escucháis las extrañas pláticas de ambos, y sin querer, asoma la risa a vuestros labios; pero una vez que habéis gozado de la risa, otro espíritu se adueña de vosotros. Sentiréis que bajo el velo de la locura del uno y la corteza de ignorancia del otro, nos han sido dado dos símbolos, dos imágenes felices: la del “idealismo” superior, y su contraria, la simple “realidad”. El paladín “sin miedo ni tacha”, el “Caballero de la triste figura”, Don Quijote, con todas sus locuras y extravagancias, es un hombre de espíritu superior, un hombre superior. Esta superioridad espiritual es su herencia de un exceso de fuerza de sus antepasados nobles, de aquellos que trajeron, en su hora, la caballería al mundo. En sus días, sin embargo, ya se había extinguido la luz de la caballería antigua, constituido por una mezcla maravillosa de heroísmo, vigor y sublimidad y de crueldad, libertinaje y toda abominación, pero cuando la llama se separa de su origen, se consume y llena de humo a la literatura. Cuando su sol se hundió en la vida de este mundo, apareció su perfume en la vida de los libros. Un diluvio de “libros de caballería”, cuentos llenos de maravillas, misterios y locuras, inundó de pronto la tierra y llenó todos los espíritus de embriaguez e ilusión. Parecería que el espíritu de los antiguos caballeros saliera de su tumbas y se paseara, viendo sin ser vistos, en medio del caos del mundo, verter sobre la carne un aliento de extravío y atacaran a todas las almas con la locura. Recidivas de esta clase pueden hallarse en la historia. Visión histórica que consumió su cuerpo y la integridad de su fuerza substancial en la vida, su espíritu simplificado cae y rueda hacia la poesía y la literatura y allí vive su segunda vida, la vida que sucede a la muerte, bajo una figura más noble, en calidad de movimiento poético o como una visión espiritual y un anhelo. Semejante visión espiritual creó también la caballería en Don Quijote. De tanto extraviarse en libros de la especie nombrada, se obsesionó su espíritu con una sola cosa, y en su locura sueña con la resurrección de la “Caballería”, pero no en su antigua forma bárbara, sino en una cuya igual jamás se podría hallar. Una “caballería purificada”, literaria, con una intrepidez toda hecha de abnegación por amor, y toda ella es liberación y redención. Es una “caballería del espíritu” que no está en su tiempo ni en su lugar.
Extrae sus viejas armas, herencia de sus padres, que estaban tiradas en un rincón de la casa, sin uso ni adornos y llenas de herrumbre, y sale con ellas para exterminar el mal y socorrer a los desventurados. Y todo en nombre del amor de un “corazón viril” a una “Dulcinea” abstracta, que ni él mismo sabe casi con seguridad cómo es. Sus andanzas y todo lo que le acaeció en su vida llena de desastres mueven a gran risa, pero después de la risas viene el dolor que vuelca sobre vosotros su espíritu. La locura de Don Quijote es la locura superior de todos los soñadores y grandes luchadores que salen en busca de la salvación del mundo y entregan su alma por sus sueños y anhelos. En el capítulo once del libro viene un largo y maravilloso discurso que sostuvo Don Quijote durante un festín de pastores de cabras. Este discurso, pronunciado fuera de lugar y de tiempo, hace caer en el asombro y quizá también en la risa, a sus oyentes, los pastores; pero quien posea corazón no reirá. Del contenido de esas sublimes palabras del discurso y de otras muchas expresiones y hechos, puede inferirse la belleza del alma soñadora de su dueño y los tesoros de su delicado espíritu. Sueña él con la conservación del “siglo de oro” en el mundo, siglo puro e inocente, cercana a la naturaleza y dichoso en su virtud. La maldad y la iniquidad del mundo le impiden permanecer tranquilo y no proporcionan paz a su atormentado espíritu.
En otro sentido dirige Sancho Panza sus alabanzas: “Príncipe de los príncipes, se lamenta su escudero… arrogante ente los humillados, humilde entre los soberbios, corazón recio, espíritu fuerte, humilde sin ser humillado”, fiel en el amor, bueno y recto… y enemigo del mal”; este retrato no está lejos de la verdad. Y aún hay algo que agregar en él; “alma delicada, hombre de honor, despreciador del botín”, y mucho más. Y en general ¡qué equivocadamente le toman quienes consideran a Don Quijote como a un verdadero loco! En verdad, sólo es el hombre de la ilusión y el soñador. En todo aquello que está fuera del círculo de “la idea de la caballería” con sus pensamientos dignos y amplios, sus reflexiones sublimes y delicadas, de su boca fluye sabiduría y su lenguaje es el de los partícipes. No reiremos de la locura de tal hombre y hasta sus actos descabellados tienen dos aspectos: de risa y de tristeza, y quien tenga ojos verá ambos. Despierta particularmente una grande y profunda pena en nosotros el último cuadro del final del segundo libro, cuando Don Quijote retorna después de muchas mudanzas, desilusionado de “los pensamientos de la lucha”, lleno de pena y opresión y derrotado. Nuestro corazón siente su corazón. ¡Qué lucha, qué lealtad! –y esta es su recompensa- No en vano le llaman “el caballero de la triste figura”!
El retrato del escudero Sancho Panza es completamente opuesto al de Don Quijote. Es el tipo del “hombre del pueblo”, un simple campesino, un hombre vulgar y ordinario, de aire inocente, pero en los momentos de necesidad, pícaro y astuto, siempre satisfecho, charlatán, miedoso, buscando de satisfacer su avidez y su estómago, y en toda cosa mira por hallar la utilidad que podría reportarle. Pero no obstante, se entrega en cuerpo y alma a su amo y reconoce la superioridad espiritual de éste, pero su “sentido práctico” no le abandona jamás y no pierde la cabeza. Cree o duda en el poder milagroso de su amo, según las circunstancias. Si su amo, el sabio y leído, acciona “tal cual está escrito” en los libros de caballería, él, el ignorante y el hombre de experiencia, resuelve todas sus acciones según los dichos populares y son ejemplos de la experiencia de la vida, los cuales constituyen todo el patrimonio de su inteligencia y acostumbra a salpicar con ellos, exclusivamente, sus conversaciones. Su amo, el hombre del temperamento entusiasta, el ágil y ardiente, cae siempre en trampas y desgracias; mientras que él, hombre común, es prudente y pesado, vé el peligro y se oculta. En el momento en que el caballero está en lo más arduo de la lucha, cuando su vida corre peligro, él se dedica a pillar la caza porque tiene hambre. En fin, ambos son hijos de dos mundos diferentes: el mundo de la quimera y el de la realidad, o el “mundo de la abstracción” y el “mundo de la acción”. De estos dos reinos, el uno pertenece ya al pasado, el otro al presente. Don Quijote muere en la aflicción y Sancho Panza, su escudero, le hereda. Un mundo se va, otro comienza, el final y el principio, y Cervantes, el gran astro de la generación del Renacimiento, está entre ambos, alegre y triste a la vez.
Tomado de:
Publicación mensual “JUDAICA”
Director: Salomón Resnick
Buenos Aires , JULIO 1934
Nº 13