Bialik, poeta y prosista
El hombre que llenó una época
Con la muerte repentina de Jaime Najman Bialik no se cierra una época en forma natural, gradualmente, como suele clausurarse por lo general una época, sino que queda bruscamente interrumpida, truncada, una era en la producción cultural y artística hebrea de toda una generación; mejor dicho, en la poesía y en el relato realista moderno; en la restauración de la primitiva leyenda judía de los antiguos tiempos mitológicos hebreos; en la recopilación de los inagotables tesoros de la Agadá; en el trasvasamiento de la Mischna arcaica a un cántaro moderno, editada en un texto bien depurado, provista de un nuevo comentario, fácil pero concluyente; en la publicación de traducciones clásicas en un estilo hebraico cristalino; en la creación de admirables canciones infantiles y de cantos para escolares y adolescentes; y hasta en la producción de excelentes textos para las escuelas hebreas y en la edición, hecha con esplendor y soberbia hermosura, del libro hebreo; en una palabra, en todos los terrenos que puedan expresarse con las palabras cultura y arte hebreas.
Porque Bialik pertenecía a esas grandes personalidades dinámicas que surgen en un pueblo cada tantos siglos, y que, cuando aparecen, llenan una época, la llenan por sí solos, con su propia multiplicidad, produciendo y recopilando valores culturales y artísticos de los que disfrutan y extraen su savia las generaciones que les suceden. Porque decir que Bialik ha sido el poeta nacional del pueblo judío durante los últimos cuarenta y tres años, desde la fecha en que, mozalbete aún, publicó en la antología “Pardes”, de Rabnitzky, su ingenua poesía “El hatzipor”, juvenil y romántica; decir que en el curso de esos cuarenta y tres años la palabra profética y poética de Bialik cantó, en la más vieja de las lenguas vivas del mundo, en la lengua de la Biblia, de la Mischna y del Midrasch, consolando, censurando y castigando como con azotes de fuego la debilidad, la negligencia, el embotamiento de su pueblo e incitándolo al resurgimiento, a la acción, a una vida nacional sana y digna; decir que la palabra profética de Bialik era esperada, en cada ocasión, por todas las capas del pueblo, como la palabra del poeta de su generación, unánimemente reconocido por admiradores y adversarios; decir que Bialik ha sido el poeta que, además de canciones hondamente nacionales, compuso admirables poemas sobre la naturaleza, elegías profundamente humanas, en las que se expresa el dolor y la nostalgia del hombre por el amor y la juventud; decir que Bialik cantó admirablemente la naturaleza, la luz, el bosque, el misterioso silencio nocturno y la honda e incomprensible angustia que invade a ratos al hombre; decir que la naturaleza adquiere en su poemas una vivacidad y una movilidad cual si fuera un ser vivo y que es uno de los más intensos líricos que ha producido la poesía en el último medio siglo; decir que en sus poemas, tales como “Meisei Midbar” y “Meguilas Hoeisch”, ha alcanzado, en la imagen y en la forma, la plasticidad de los antiguos clásicos; decir que en sus poesías ha expresado el quejido más profundo y la protesta más viríl de la nación sufrida y torturada, sumida en la indigencia y en la miseria; decir, en fin, todo eso no significa todavía expresar, siquiera sea aproximadamente, lo que Bialik ha sido para la cultura judía, para el pueblo judío, en las últimas cuatro décadas.
En todo caso sería tan sólo una partícula, una pequeña partícula del multiforme, variado y complicado milagro cultural y artístico que ahora pasa ya a la historia bajo el nombre de Jaime Najman Bialik.
Bialik mismo es multiforme en su homogeneidad, variado y plurifacial en su unidad y simplicidad. Es el “sumun” de las ocultas fuerzas creadoras de un pueblo que se han ido acumulando en los más recóndito de las generaciones y de las multitudes, corriente tras corriente, chispa tras chispa, para convertirse en ríos, para convertirse en franjas de luz y fuego; y estas fuerzas creadoras invisibles, que el pueblo reúne como una reserva en el transcurso de centurias, yacen escondidas y estallan súbitamente como un volcán y encuentran su expresión a través de una sola persona, que llena toda una época, la llena en todo, en todos los terrenos, con una fuerza de tal magnitud, que resulta incomprensible, difícil de estudiar y de la que solamente cabe dejar constancia.
Eso fue Bialik: uno en plural; uno e íntegro en su multiplicidad.
No fue tan sólo una figura poética, cultural y artística de la más noble calidad; no sólo la suprema autoridad de nuestra época en todo lo que se relaciona con el saber judío, con la poesía judaica, con la cultura hebrea, con la ciencia judía, escrita y oral; no solamente el escritor, el maestro, el compilador y educador de su generación. Ha sido eso y algo más: Bialik es el fenómeno espiritual judío más grande de varias generaciones y para varias generaciones. Es un fenómeno al cual cabe aplicar las palabras que el sabio Ben Bag-Bag alude a la Torah, al final del quinto capitulo de los “Pirke Aboth”: “Busca en ella, investiga en ella, pues todo está contenido en ella”.
Eso es Bialik: la máxima expresión de poesía, de energía dinámica par la creación nacional, de arte judío purísimo, de penetración en lo más profundo de la esencia nacional judaica; no sólo fue el poeta más grandes entre los judíos desde la época de Rabí Iehuda Halevi, sino también el innovador más importante del idioma y del estilo, el más significativo compilador y modernizador, erudito y entendedor de todo lo que los judíos han producido en el curso de tres milenios.
Mas con eso no queda todavía definido debidamente toda la esencia del fenómeno que se llama J. N. Bialik. Pues no es con la vara común como puede medírsele y no es con las pesas corrientes como se puede pesar este fenómeno que se denomina J. N. Bialik, el cual es singular en su pluralidad y simple en su complejidad. Es uno solo, completo y perfecto, pese a la heterogeneidad y hasta a las disonancias externas que se pueden señalar en su producción literaria.
El eminente tanaíta Johanán Ben Zakai fue de los primeros en preocuparse de la integridad nacional del pueblo judío mediante la salvación de sus tesoros de cultura y la colocación de la base para esa obra monumental que recibió el nombre general de “Ley oral”, como complemento y ampliación de la Ley escrita y su amoldamiento a las nuevas formas de pueblo extraterritorial que Israel adoptó entonces, después de la destrucción del segundo Templo y de la invasión de Vespasiano y de Tito.
De esta tanaíta, que fue la persona que llenó su época (primer siglo de la era cristiana), dijeron sus coetáneos, al juzgar sus méritos, estas palabras sencillas: “Loi hiniaj miero umischne vehalojois veagodois vejol dovor scheu midivrey toiro scheloi lamdon”, es decir, que no ha dejado pasar ninguna micro, mischna, halojo o agodo, ninguna palabra valiosa de la Ley, sin haberla estudiado.
Haciendo la salvedad de la distancia del tiempo, del régimen de vida y de la concepción del mundo –distancia que abarca dos mil años que separan al judío contemporáneo de aquella época y tomando también en consideración los múltiples progresos y los alcances del pensamiento, de la cultura, de la ciencia que los pueblos han realizado desde entonces hasta hoy, se puede, sin caer en el pecado de la exageración, pero aplicando una justificada y fundada analogía, decir de Bialik, que pasa ahora a la inmortalidad de la historia judía, idénticas palabras sencillas:
Lo mismo que Rabí Johanan Ben Zakai, Bialik llenó su generación, su época, y no ha dejado micro, mischna, halojo, agodo ni terreno alguno de la cultura y el arte judías, ninguna palabra de la Tora (Tora en su sentido cultural más amplio) a los que no haya consagrado su talento, su aplicación, sus conocimientos ilimitados.
“Es difícil que un extraño lo entienda”, ha dicho el propio Bialik en uno de sus poemas, en el que canta la fuente de donde los judíos extraen fuerzas para soportar los padecimientos de millares de años. Probablemente resulte difícil para un extraño, que esté impregnado de la vida judía, de la historia judía, que abarca un período de tres milenios y que ha sobrevivido a otras naciones y a grandes acontecimientos históricos, comprender cómo puede un hombre llenar por sí solo toda una época y ser el ideal de todo un pueblo.
Pero ello es así. No ha habido entre los judíos, en los últimos siglos, un poeta, un creador que haya sido tan querido en vida, tan idolatrado, reconocido en forma tan unánime e indiscutible, como lo fue Bialik, el grandioso fenómeno cultural de nuestra generación y de muchas generaciones anteriores y posteriores a nosotros.
No es posible hacer un análisis acabado de la obra de Bialik. En los capítulos sucesivos de este trabajo, que verán la luz en los próximos números de JUDAICA, intentaremos detenernos solamente sobre algunos aspectos de su labor poética y prosaica.
Especial para Judaica
Publicación mensual “JUDAICA”
Director: Salomón Resnick
BuenosAires , JULIO 1934
Nº 13