Si tu alma quisiera saber…
Si tu alma quisiera saber la recóndita fuente
de la cual bebieron tus hermanos en trance de muerte,
proveyéndose de ella fortaleza de espíritu, entre las duras pruebas,
a fin de salir, alegres, al encuentro de la muerte,
ofrecer su garganta al filo del agudo cuchillo, del hacha penetrante,
subir hasta la terrible hoguera, penetrar en medio de las llamas,
y por el D´s uno aceptar la muerte de los mártires.
Si tu alma quisiera saber la recóndita fuente
de la cual extrajeron tus hermanos perseguidos,
entre mortales congojas y dolores del abismo,
divinos consuelos, confianza, fortaleza, paciencia,
fuerza indomable para poner la mano en toda fatiga, en todo trabajo,
para extender su hombro a la carga de una vida de oprobio,
para soportarlo todo sin fin, sin término, sin rescate.
Si quieres conocer el regazo en el cual se derramaron
todas las lágrimas de tu pueblo, su corazón, su alma atribulada,
el lugar en el cual se derramaron, como aguas, sus lamentos,
lamentos que conmoverían las entrañas de los avernos inferiores,
quejidos de pánico que espeluznarían al propio Satanás,
clamores que ablandarían las peñas, pero no la dureza del enemigo,
más insensible que el pedernal y más cruel que los diablos.
Si tu alma quisiera conocer el refugio
que para tus padres dio asilo a la ofrenda de su alma,
salvando a su Ley, a sus cosas más santas.
Si quieres conocer el recatado asilo donde se conservó
en su misma pureza el alma magnífica de nuestro pueblo,
la cual, a pesar de una vida de ignominia y de oprobio,
ha llegado a la ancianidad sin marchitar la gracia de su juventud.
Si deseas conocer la madre piadosa,
la madre anciana, amorosa y fiel,
que enjugó las lágrimas de su hijo,
que con gran compasión corroboró todos sus pasos,
y desde que él volvió, cansado, exhausto, calumniado,
al abrigo de su techo ella enjugó sus lágrimas,
cubriólo a la sombra de su regazo, adormeciólo en su halda.
¡Ay!, pobre hermano mío, si no sabes todo esto,
ve hacia el viejo, venerable bet ha-midrash,
ya en las largas noches lúgubres de invierno,
ya en los días abrasados y ardientes del verano,
ya al mediodía, a la mañana o en el medio de la noche,
y si D´s dejó en salvación un pequeño resto,
entonces aun hoy podrán contemplar tus ojos
en medio de las densas sombras de sus muros, en la tiniebla,
en uno de los ángulos, junto al atrio,
a modo de espigas escampadas, sombra de lo que fue,
a los tristes judíos, de cara arrugada y abatida.
Los judíos criados en el destierro, cargados del peso de su yugo,
los que olvidan su congoja en las lágrimas de la vieja Guemará,
los que pretenden borrar su miseria en las viejas narraciones del Midrash,
y alivian sus cuitas entonando los cánticos de los Salmos.
¡Ay! ¡Cuán despreciable y mísero es este espectáculo
a los ojos del extranjero que no sabe comprenderlo!
Entonces comprenderás que tus pies han pasado el dintel do se guarda nuestra vida,
y entonces tus ojos podrán contemplar el tesoro de nuestra alma.
Y si D´s no quitó de tu corazón todo hálito de su espíritu,
y una albaquía de sus gracias florece aún en tu alma,
y una centella de esperanza en días mejores
alumbra aún los jirones de sus tinieblas,
entonces conocerás y te percatarás, triste hermano mío,
que aquel espectáculo es sólo una pequeña llama
que tus padres encendieron sobre el altar del holocausto perenne.
Quién sabe si los torrentes de lágrimas por ellos derramadas
son los que nos han salvado y traído hasta aquí,
y con sus oraciones al Omnipotente nos han rescatado,
con su muerte nos ofrendaron la vida,
la vida hasta la eternidad
(Extraída de: Millás Villacrosa (traductor y compilador), Poesía Hebraica Postbíblica, Barcelona, 1953, José Janés Editor)