Meorá
(Según la tradición sefaradí)
Rasgáronse las cenefas del firmamento, mientras la aurora
pisaba su dintel y ordenaba a la noche: ¡Retirate de aquí!
Mudó la faz, como de etiope, de la noche y despachóla
mientras recogía sus luminarias y apagaba sus luceros.
Y la noche envolvióse con su manto oscuro;
quitábase sus joveles de oro y desfilaba lentamente,
a fin de morar en las profundidades y angosturas sombrías
y ser compañera de los murciélagos en sus antros.
Solamente el lucero del alba seguía guiñando su ojo
sin extinguir su luminaria ni apagar sus ascuas.
Inserto en un campo de esmeralda, entre cortinas de jacinto,
esmeralda, entre cortinas de jacinto,
irradia una luz cándida, con destellos plateados.
Ocultáronse las estrellas por la mañana, palideciendo
Con el aliento de la aurora y el entreabrirse de su pupila.
Y mientras la orla de la cortina oriental iba iluminándose,
en el último confin marino aun reinaba la oscuridad crasa.
El firmamento alboreaba poblándole de nueva luz,
y al mismo tiempo perfilábase todo ser en sus ámbitos.
Todo el orbe está silente y calladamente se prepara
para el amanecer del sol en todo su esplendor.
El perro, otrora tan animoso, ahora ni llega a ladrar,
Soñoliento, meditabundo, inerte, de su coraje.
Los gallos se llaman uno a otro desde lejos,
Despertando la mañana con el clarín de su voz:
¡He aquí la luz! ¡El sol ya apuntal
La noche lo ha visto y se ha vuelto para atrás.
Los cielos de oriente son una llama, mientras abajo el rocío se irisa
y todas sus gotas son como un joyel de oro.
Despiertase el gato y sale a su tarea,
pues le acosa el apetito y el de su prole.
El hombre piadoso se dirige, con el sol, hacia el templo
o hacia donde erigió un oratorio para su D’s.
Y el corazón enfermo, como mi corazón, despierta con la herida
que puso fin a su verano y dio paso a su invierno.
Al contemplar la magnificencia que D´s renueva cada mañana
añora los dias de sus mocedades y recuerda el tiempo de su juventud,
cuando la merced y la verdad del Señor moraban en su seno,
cuando la lámpara del Señor brillaba sobre su pensamiento.
Y el pueblo, soñador como José, se contaba por miríadas,
mientras que ahora ¡ay!, está reducido a sus miles.
El tiene conciencia de que su torpeza ha pervertido sus caminos
y obstaculiza que D’s enderece su errada via.
Por las mañanas se deshace en llanto, quizá se cura,
pero su herida se ahonda y sus lagrimales se secan.
Si no fuera que mi alma espera en D’s más que los centinelas a la
aurora, pues si bien El percute, sabe enviar remedio salutifero.
(Extraida de: Millás Villacrosa (traductor y compilador), Poesia Hebraica Postbiblica, Barcelona, 1953, José Janés Editor)