Los últimos muertos
Levantaos; salid, errantes del desierto, de estas soledades,
os queda todavía un largo camino y os restan aún rudos combates.
Basta ya de vagar por las estepas:
ante vosotros, una ancha senda se abre.
En solo cuarenta años de vagar entre montañas,
habéis enterrado en la arena seiscientos mil cadáveres.
No os detengan los muertos en la esclavitud:
pasad por sobre ellos.
Que se pudran en su cobardía y vergüenza
sobre arapos que de Egipto trajeron, miserables;
que les sea dulce su sueño de ajos y cebollas,
de marmitas repletas de carne pringosa y abundante.
Ya hoy mismo o mañana el viento del desierto
devorará hasta la médula la carroña del último esclavo.
Levantaos, pues, errantes; abandonad este yermo;
sin alzar la voz, andando en silencio,
no despierten vuestros pasos los durmientes del desierto;
que cada cual se concentre en el palpitar de sus huesos
y recoja en su corazón el divino verbo:
“Anda, camina, hoy ingresas en un territorio nuevo;
ya no comerás maná ni codornices del cielo,
sólo el pan de tu trabajo y el fruto de tu esfuerzo, У no habitarás más en tiendas vacías y sin cimientos, levantarás edificios para morar en ellos. Bajo los cielos, amén del ulular del desierto,
palpita bajo el sol un mundo amplio, espléndido.”
En la cumbre del Nebó, de pié, cara al sol naciente,
con la belleza terrible de un potente ángel guerrero,
alza Josué su voz, frente a su compacto ejército.
Su palabra ágil se dispara como una flecha,
su voz arde como una antorcha y quema como el fuego
y hasta el desierto terrible, desolado y sin término,
le hacen eco: “Israel, Ve y hereda tu suelo!”.
Y al pie del monte, león cachorro, joven y libre, un pueblo,
como la arena en la playa, incontable campamento,
escucha con atención y en recogido silencio
la palabra que retumba, se rompe y estalla sobre ellos.
Ya han sonado las trompetas que llaman a la partida;
ya ha descendido el jefe del Nebó al campamento,
¿Qué detiene a Israel? ¿Por qué permanece inmóvil,
inclinadas las cabezas, junto al monte, en silencio?
¿Qué es lo que no se resignan a abandonar en el desierto? ¿Qué buscan en el valle aquellos ojos inquietos? Los ojos buscan a Moisés,
y como uno solo todos los hombres del pueblo se inclinan de pronto ante el espiritu del gran pastor, ante el gran hombre muerto.
Poemas: versión de
Rebeca Mactas de Polak
Editorial Israel Buenos Aires 1949