En la campaña
No como pájaro cautivo que con cánticos se escapa a pleno aire,
ni como cachorro aherrojado en la jaula, que rompe los cerrojos para la huída,
sino como perro, amigos míos, como perro vil, despreciado por sus duros señores,
heme escapado hoy hacia la campiña, ante el dolor que consume mi cuerpo.
Hacia el valle, hacia los fértiles campos; allí una gran paz reina en torno a las tiendas
allí sus benditos moradores, sin miedo, se desenvuelven en sus moradas,
contemplando cómo se levantan sus mieses, el ansiado fruto de su trabajo.
Es allí donde se dirigen todos mis afectos, por lo que porfían todas mi ansías.
Salgo hacia la campiña para ver como bendijo Dios la cosecha,
cómo susurra el viento entre el bosque de tallos erectos y ufanos,
cómo se recama misteriosamente de gloria el campo,
cómo cunde quietamente la grama de los montes,
como los mieses mueven sus espigas vellosas y llenas.
Saldré hacia la campiña para ocultarme y hundirme entre la ufanía de sus tallos,
me internaré entre la floración de sus cálices,
pasearé como nadando entre las olas de los trigales,
estaré atento al silencio de las selvas,
captaré los insondables misterios del bosque,
aguzaré el oído para escuchar el murmullo de la floresta
y sorprenderé el enigma que musitan sus hojas.
Con mi faz las glebas acariciaré, inclinado hacia la húmeda tierra;
Mis cuitas la dirigiré y sobre su seno daré rienda suelta a mis flores:
“Dime, ¡oh tierra nutricia, amplia, llena y grande!
¿por qué no ofreces tu pecho a esta alma triste y agobiada?
Reina el silencio en torno. El sol ya descendió hacia las cumbres de los montes;
estoy encerrado dentro del muro de espigas que corta mi camino;
envuelto y recluido en su menuda sombra, ando triste y silente;
sobre mi cabeza las mieses me envuelven a diestro y siniestro.
De lo alto del cielo caen, como fluyendo, unos finos cendales
entre cuyas tenues sombras van envolviéndose los sembrados,
y se empaña el oro de los terrones, mientras un céfiro suave
agita mansamente las mieses somnolientas
que tejen sus sueños entre luces y sombras…
como un miserable permanecí ante la gloria de las mies luminosa y ufana;
entonces conocí cuán grande era mi miseria; ¡ay!, entonces lo comprobé:
-no os oprimirán mis manos, ¡oh espigas!; no os trillarán mis brazos;
-mis fuerzas no se emplearán en tales menesteres, yo no os atesoraré.
No regarán las gotas de mi sudor las glebas de vuestro oscuro terruño,
ni mi plegaria os hará caer bienhechora lluvia de los cielos,
ni vuestra próvida hinchazón alegrará mis ojos ni a mi corazón letificará,
ni a la hora de lo siega los ecos de mi canto no sacudirán vuestro blanco descanso.
Sin embargo, queridas me sois, ¡ oh campiñas bien caras a mi alma!,
ya que me recordáis a mis hermanos alejados, que cultivan las tierras de mi solar,
los que quizá ahora entonan su canto por montones y collados,
respondiendo talmente al saludo que desde aquí les envío.
Poesías de Jaim .N. Bialik
Traducción de José M. Millas y Vallicrosa
Sociedad Hebraica Argentina
Buenos Aires 1953