Delante del armario de los libros
¡ Recibid el testimonio de mi saludo, oh viejos pergaminos!
¡Agradeced el beso que os envió, viejos libros polvorientos!
Yo regreso de un viaje por las lejanas islas
y, como paloma mensajera, vuelvo con el ala fatigada
para descansar en el nido donde pasé mi juventud.
¿Acaso me reconocéis aún? Yo soy Fulano,
un retoño de vuestro seno, un nazareo de vuestra propia vida.
Entre los halagos que se suceden en la amplitud de la tierra
solamente vosotros intimasteis con mis días juveniles;
erais para mí como un placentero jardín durante los días de calor,
mientras que en las noches de invierno erais mi blanda almohada.
En vuestros tomos aprendí un viático para mi espíritu,
mientras que mis sueños santos se perfilaban entre vuestros renglones.
¿ Os recordáis, acaso? Ciertamente, yo no lo he olvidado.
En esta habitación alta, en esta sala de estudio desolada,
yo permanecía siempre el postrero entre los postreros;
en mis labios languidecía y moría la vieja plegaria;
en un oculto ángulo, junto a vuestro armario de los libros,
se apagaba ante mis ojos la lámpara ritual.
en aquel tiempo yo era aún joven,
no había asomado en mi faz el suave bozo,
y las noches de invierno, las tétricas noches, me encontraban
inclinado sobre el viejo libro o el carcomido pergamino,
sólo con mis sueños y con los pavores de mi alma;
ante mí, sobre la mesa se mováis aún algo
cuando se extinguía el petróleo en el quinqué de exigua mecha,
en el interior del armario de los libros roían los ratones,
la última ascua de carbón chisporroteaba aún en el hogar
y, por el gran miedo que me embargaba, toda mi carne se escalofriaba
y mis dientes castañeteaban por aquellos mis pánicos de muerte.
una noche lúgubre, una noche maldita entre las noches,
por detrás de la ventana opaca, como ojo ciego,
estalló una terrible tempestad a cuyo fragor
se rompieron los postigos, mientras que con los cerrojos
diríase que las potencias del abismo golpeaban los muros.
Creí entonces que mi fortaleza espiritual se venía abajo,
que la misma Divina Providencia estaba dispuesta a abandonarla
y se deslizaba furtivamente más allá de la cortina de la entrada,
mientras que una figura que semejaba la de mi anciano mentor,
como una sombra, a mi derecha, era juez y mudo testigo de los sentimientos de mi corazón
pero también él se ocultaba de mis ojos y se esfumaba.
Sólo se mantenía temblorosa la llama de mi quinqué
y vacilaba y estremecía con estremecimientos de muerte.
De pronto se abrió la ventana, se apagó todo,
y yo, como tierno polluelo, fui aventado del nido,
a merced de la noche y de sus tinieblas.
Ahora, después que han transcurrido largamente los días,
con mi frente surcada de arrugas y encallada el alma,
he aquí que las corrientes que impulsan mi vida me han devuelto
y me han colocado otra vez ante vosotros, ¡oh viejos libros del armario!,
antiguas ediciones salidas de las prensas de Francfort y Ámsterdam,
y mismazos otra vez vuelven vuestras hojas,
mis ojos intentan releer vuestros renglones
y moverse con desembarazo entre los signos y las vocales,
procurando desentrañar las antiguas trazas de mi alma,
el sendero recorrido en sus antiguos yagidos,
en el auténtico solar de su origen, en la casa familiar.
Pero ved,!oh antiguos educadores de mi juventud!: mi corazón permanece mudo,
ninguna lágrima asoma en las cuencas de mis ojos.
Contemplo, indago y no os reconozco ¡oh viejos libros ¡
A través de vuestros renglones no se asoman ya
a los arcanos de mi alma unos ojos atentamente abiertos,
ninguna mirada melancólica como la de los ancianos de otrora;
yo no oigo, como antaño, la musitación de vuestros labios,
la que se hacía sentir como en un cementerio olvidado.
Vuestros renglones me parecen sartas de perlas
cuyo hilo que las unía se hubiera roto;
vuestros folios hanse enmudecido,
y cada letra parece en sí misma como un huérfano.
¿Es que mis ojos hanse nublado o bien mis oídos se han ensordecido?
¿Acaso no sois otra cosa que polilla, cosa perecedera,
y ya no tenéis parte en la tierra de los vivos?
¿Habría yo obrado estúpidamente, como un ladrón en mi mina,
el cual sin luz ni linterna se esfuerza con el pico
a remover montones de tierra que guardan el tesoro?
Así yo también habría cavado en vuestros sepulcros
con el designio de hallar tesoros de vida,
de honda y secreta raíz, recatados,
siendo así que precisamente y por encima de mi aquellos tesoros de vida
se manifestaban en las ciudades, en el monte, en el llano, a todo hombre,
y a la faz del sol y de los luceros lucías su fruto,
pasaban y volvían sus coros de danza
y hasta los últimos confines del mar legaba su voz,
excepto hasta mis propios oídos.
Acaso si otra vez me confío al sino de la noche
después de cavar en los sepulcros del pueblo, en las hoyas de su espíritu,
no sacaré otra cosa de mis esfuerzos
que este pico sin cesar manejado por mis manos,
y el viejo polvo pegado a mis dedos;
acaso no será que, más pobre y cavío que antes,
abriré mis manos en el seno de la noche,
buscando el modo de llegar a los secretos de su regazo
y lograr un suave refugio en los pliegos de su negro manto,
y, lleno de ansía mortal, clamaré: – Ven, ¡oh noche!,
acógeme y cúbreme. ¡Oh noche majestuosa!,
no me deseches; soy un escapado de los sepulcros,
mi alma sólo ansía reposo, una eterna paz.
Y vosotras, estrellas de Dios,
fieles a mi espíritu e intérprete de mi corazón,
¿por qué permanecéis mudas?
¿Acaso no tiene ya sentido vuestro dorado parpadeo,
ni habéis de ofrecer un leve guiño a mi corazón ?
¿O quizá habré yo olvidado vuestro lenguaje
o no entiendo vuestra habla, el idioma de los arcanos?
¡Respondedme, estrellas de Dios, pues la aflicción hizo presa de mí!
Poesías de Jaim .N. Bialik
Traducción de José M. Millas y Vallicrosa
Sociedad Hebraica Argentina
Buenos Aires 1953