De las canciones de verano
¡Oh querido y dulce amigo mío!
Ya han transcurrido tres semanas cabales,
inundando de tedio y desolación a mi alma,
los días eternamente lluviosos, los cielos encapotados.
En medio del solsticio de verano
se ha mudado la estación,
y nos ha amedrentado con sus rayos
y el fragor de sus truenos.
¡Cuán fatigosos me son tales días!
A lo largo del día y de la noche nos abruma
y cansa nuestro oído el estrépito
del persistente y tardío aguacero.
Y repica sobre la paja del techo de mi casa,
sacude los batientes de mi ventana,
para dejarme contemplar una tierra triste,
una desolación que se suma a mi desolación.
Ante mí aparecías los trigales maduros
con apariencia de un huérfano acongojado,
la cabeza inclinada hacia el suelo
bajo el peso de la dorada espiga.
Los grandes árboles del jardín
aparecían como convulsos y afrentados,
como si a causa de su gran dolor
doblegaran, resignados la frondosa copa.
Por las ramas se escurrías
torrentes de agua, densos y sostenidos,
que semejaban lanzas bruñidas
que se plantaban hincándose en el suelo.
Bien sé yo, querido amigo mío,
que son óptimas estas lluvias,
pues ellas parecen decir al campo
parecen anunciar al grano:”!Madura !”
Sé yo que de este modo los cielos
hacen llover pan sobre nosotros,
y nos aportan la última bendición de Dios,
de recompensa al esfuerzo de nuestros brazos.
Aun falta tiempo para la vendimia,
aun falta para que termine su sazón,
y aún esperan la merced de la lluvia,
sus generosidades las viñas solicitan.
Aun ha de alborear otro día el sol
y esparcir su luz radiante;
ha de aureolar el fruto de los perales
y enrojecer la mejilla de las manzanas.
Ha de madurar todos los frutos de nuestro trabajo,
pero me duele, mucho me duele, amigo querido,
por esta ruina de las preseas de la primavera,
por la actual desolación de las flores, tan amables.
Poesías de Jaim .N. Bialik
Traducción de José M. Millas y Vallicrosa
Sociedad Hebraica Argentina
Buenos Aires 1953