Breve epístola
(Desde el destierro a un hermano de Sión)
¡Campos de trigo, herencia solariega, amplitud y libertad!
¿Acaso puede encontrarse en la tierra un hombre tan feliz como tú?
Y, en cambio, yo, tu hermano, estoy aquí, aterido
errante como un perro, a través de un país extraño,
impelido a golpes de palo, alimentado de migajas,
Abandonado y olvidado de los hombres y del mismo D’s.
¿Acaso te has olvidado del amargo pan
que comimos juntamente en el duro destierro?
Aun ahora ando errabundo como una oveja;
robáronme la lana, mi leche y mi carne,
la vara del tirano no se cansa de fustigarme
mientras me priva de los pingues pastizales;
no se preocupa si mi estómago está hambreado
en mi vientre vacío; ni siquiera me da categoría de hombre.
En la hora presente suspiro, apenas llego a consolar el hambre
y busco mi alimento como perro harto de ignominia y de miseria.
Pero tú, ¡cuán feliz eres! Amplitud por doquiera,
lleno de aire, saturado de sol y de sombras.
Si es verdad, querido hermano, que has de trabajar duramente,
piensa que el mismo D’s nos obligó al afanoso trabajo.
Pero tú no siembras entre espinas ni te afanas en vano,
aun has de ver cómo el tiempo recompensa con creces tu labor,
aun ha de arder como una antorcha la chispa
que encerraste dentro de tu corazón en tu generoso viaje.
He aquí que la simiente de los justos no perecerá en tierra árida,
mientras que yo dilapido mis fuerzas en el viento, y mis obras
son empujadas como el tamo hacia una tierra estéril;
D’s maldijo mi tierra para que sólo brotaran cardos y abrojos.
Todos los días ando errabundo y vacilante
debatiéndome entre sombras y construyendo sobre arena.
Soy a modo de una espina para mis vecinos, un tránsfuga
a los ojos de mis enemigos, una carga para mi alma.
Antes yo amaba mis propias calamidades,
y con cándido corazón justificaba la vara que me oprimía;
convocaba mis lágrimas, santificaba el día de mis ayunos
y mansamente ofrecía mi cuello a la cuchilla,
Pero ahora, ¡ay!, no tengo fe de mis mocedades,
desperté de obtener misericordia, mi confianza es como casa arruinada;
he cesado, amigo querido, de amar mis penas,
ya que el mismo D’s ha menospreciado el derecho del pobre.
No tienen fin mis destierros, no hay ya martirios,
desapareció la sombra del Señor, cesó el espíritu de santidad,
tampoco prosiguieron mi llanto y mis rogativas,
gimo y lloro tan sólo porque mi llaga es incurable,
ruego como un desesperado, lloro con el corazón frío,
gimo con un corazón colmado de ceniza y vergüenza,
lloro aun sabiendo que mis lágrimas son como una lluvia
de unos cielos de hierro sobre una tierra árida como el bronce.
Antiguas leyendas y tradiciones hicieron olvidarme de mis penas,
con sueños y aleccionadores ejemplos adormecí mis dolores;
pero ahora que las ráfagas del huracán se han llevado mis leyendas,
disipo mis sueños y las vacías ilusiones de mi corazón.
“¡Dobla tu cerviz! ¡Carga el yugo!” Pero ¿en nombre de quién y por qué?
¿qué fruto sacaré de mi servidumbre? ¿A quién aprovecha mi oblación?
“¡Ay!, otorgadme la libertad y engrandeceré mi nombre,
magnificaré mis obras, restauraré mi rutina.
Como la del pueblo, mi fortaleza es capaz de restauración;
sacad a libre amplitud mi fuerza aprisionada;
el pueblo lánguido se erguirá con el aire de la campiña,
mis huesos agotados florecerán como el césped.
Las campiñas de Sarón y del Carmelo me criaron antes
y en campos exuberantes pasé mi juventud,
las cumbres de los montes eternos se convirtieron en pueblo fuerte
y el puro aire fortificó mis huesos.
Desde lo alto de los montes del incienso, por encima de los collados de la mirra
germiné simiente de justicia para el Señor
y con estrépito de trompetas anunciando libertad
desperté el Líbano y a sus cedros conmoví.
Pero, ahora, ¿dónde estás, verano mío de plenitud?, ¿dónde estás, primavera mía?
¿Por qué el sol no brilla como antes?
Solamente frío, nubes invernales…¿No ves, amigo mío,
como el orden de la creación parece trocarse en contra mía?
No hay aquí esperanza, hermano mío; ya transcurrió el término de la redención,
ha cesado la misericordia de D’s, privándonos de sus salvaciones,
no cabe esperanza para la polaca entre las garras del gavilán;
antes hay que levantar la mirada hacia el Oriente.
Ciertamente, antes de que comprenda en qué pararán mis sueños,
mi alma está en vela, como pájaro, esperando su libertad.
Esta es el ansia de toda mi alma, la esperanza de mis esperanzas,
mi luna y mi sol que infunden en mí su luz.
Esta es el lucero de oro, la columna de fuego,
que iluminan mi camino, que guían mi noche;
esta es la voz de mi consolador que me susurra:
¡Hay esperanza; no fue vana mi confianza en D’s!_
Ciertamente mis ojos han contemplado las tiernas flores
que crecen como la esperanza en el alma de todo viviente.
He de complacerme en esperar. ¡Benditos los que esperan!
¡Trabaja, pues, y afánate, hermano mío, en el nombre del Señor!
Copiado del libro Bialik, Poeta de la fe- la esperanza y la libertad
Lola Kliman Shaffer
Montevideo 2003