Ya que tú me abandonas. . .
Ya que tu me abandonas, ve en paz;
sea únicamente tu deseo la lámpara que ilumine tu camino
y que por doquiera peregrines encuentres el dulce reposo..
en cuanto amí, no te preocupes, que yo no me siento solo.
Mientras el sol luzca bellamente en el otro y en el ocaso
y las estrellas del cielo no dejen de hacerme sus guiños,
no me sentiré desprovisto de todas mis riquezas
y no se habrá agotado el veneno de mis consuelos.
¡Mira! si bien es verdad que te he perdido,
mucho me queda aún: el ancho mundo,
que lozanea con el verde de sus primaveras,
el oro de sus otoños y el plateado de sus inviernos.
Me queda un corazón : nido de visiones y de ensueños
en el cual se esconde mis dolores, mi pena sagrada.
conmigo queda un ángel puro, parecido a tu imagen,
el cual vela sobre mi cabeza como una caridad de Dios;
musita una bendición, se estremece y se conmueve
como la lágrima de la madre silenciosa junto a la lámpara del sábado,
en la paz de la recitación de la Quedusá
o como aquella estrella que tiembla allá en la altura
y brilla aún sobre mí con sus bellas miradas
y me alarga, en la oscuridad, su cetro de oro.
Bien lo presiento:
se extenderán aún sobre la ancha faz de la tierra,
con sus cortinas de azul recamada de oro,
a modo de esclavas etíopes, las noches veraniegas,
noches dulces, tibias y silenciosas:
noches vestidas de negro, pero engastadas de luceros
-cada estrella es como una granada de oro-;
noches que dan pábulo a los devaneos de la pasión y del deseo;
diríase que en la falda de la noche descansa toda la tierra.
De repente, en medio de un gran silencio,
un espasmo de pasión conmueve toda la naturaleza,
y las estrellas despréndase en grandes cascadas
y, sueltas, se precipitan hacia la tierra
del mismo modo que se desprenden los hojas doradas en el otoño;
ardientes de deseos, y acuciados por la pasión,
Cda uno sale conducido por su apasionado afán
y a tiendas palpa el muro o se abraza a una piedra
o se tiende en el suelo y se arrastra sobre su seno,
a fin de recogen una simple gota, una migaja
del amor que le ha determinado su estrella:
Si en tal hora conmueven tu alma las añoranzas
y tu mirada yerra triste y fatigada
a la zaga de un poco de esperanza en medio de la tiniebla,
y tu alma solicita a dios y a la felicidad,
levanta, como yo lo hago, tus ojos al cielo
y aprende a vivir en paz con tu corazón.
Ten en cuenta que en cada noche, lo mismo que en ésta,
caen del cielo muchas estrellas,
pero los cielos continúan en su esplender y en su paz
y no siente la menor inquietud de muerte,
como si de todas su refulgente pedrería nada se hubiera perdido.
Poesías de Jaim .N. Bialik
Traducción de José M. Millas y Vallicrosa
Sociedad Hebraica Argentina
Buenos Aires 1953