Casa eterna
Un día las encinas, balanceándose, así me susurraron:
¡Ven a refugiarte a nuestra sombra, elige tu tumba bajo nuestra copa!
Un sepulcro como éste y el polvo de este cementerio
pondrán fin a los males que te afligen.
En lugar de vivir y morir mil veces por días,
¡muere una vez para siempre y descansa en paz!
Silenciosamente haremos un festín de tus despojos:
una mitad será para los gusanos, otra mitad para nuestro sustento.
Como la vida brota sin cesar de todo y en todas partes,
tú puedes consumirte junto a un árbol y resurgir en una flor.
Tú vivirás en dondequiera que vayas a parar;
¡ven a nuestra sombra, bajo de nosotras, hombre de carne y sangre!
De este modo las encinas, balanceándose, me susurraron,
mientras los sepulcros permanecían mudos, apiadándose de mí.
Poesías de Jaim .N. Bialik
Traducción de José M. Millas y Vallicrosa
Sociedad Hebraica Argentina
Buenos Aires 1953